lunes, 1 de junio de 2015

¡Esos no son juegos!


Chuchin, como llamaban a Jesús, un niño de 8 años, con la piel morena, ojos pardos color café y corte de cabello estilo militar, jugaba con sus vecinos, como solía hacerlo todas las tardes hasta el anochecer, aquel 15 de agosto.

Katiuska, su madre, estaba sentada en la esquina afuera de la casa, allí celebraban el cumpleaños de uno de los niños de la familia. 


Por las calles del sector se rumoraba que el esposo de María, hermana de Katiuska, podría asesinarla por haber descubierto que le era infiel; pero por el momento ignoraron el hecho, además, el esposo de María estaba preso.


De pronto se escuchó una detonación. Todos los presentes se quedaron paralizados y atentos a sus sentidos, tratando de descifrar con ellos el origen del disparo. Uno de los niños cayó al piso y las miradas se concentraron en él. 


¡Levántate del piso Chuchin, esos no son juegos! - Gritó la mamá de Chuchin. 


El niño no se levantó y todos corrieron hacia él, la mamá lo levantó y sostuvo entre sus brazos, y dijo a quienes estaban cerca “está convulsionando, vamos a llevarlo al ambulatorio” sin notar que en sus brazos tenía la sangre derramada por su hijo.


En el trayecto al ambulatorio local Chuchin se mantuvo convulsionando. Al llegar al centro de salud los doctores en al área de emergencia encontraron el motivo de las convulsiones:


Una bala incrustada en la cabeza de Chuchin. 


El infante fue trasladado a una clínica en la localidad adyacente, se le realizó una cirugía para intentar extraer el proyectil de su cabeza. 


Durante la operación que duró casi 3 horas, su mamá en la sala de espera lloraba sobre los hombros de sus familiares, no podía siquiera pronunciar un rezo a Dios por la vida de su único hijo.


El proyectil se expandió y causó la muerte cerebral de Chuchin, sin embargo se mantuvo vivo su cuerpo por algunos días, Katiuska tenía la esperanza de ver a su hijo despertar y lo encomendó a Dios. 


Con una camándula en sus manos pedía a Dios un milagro para que su hijo reaccionara, moviera alguna parte de su cuerpo, pero esto nunca sucedió.


Al pasar los días los doctores, que no veían mejoras en Chuchin, le preguntaron a su madre si estaba de acuerdo en desconectarlo de las máquinas de oxigeno que lo mantenía "vivo", pero ella respondió: “esperemos que Dios decida qué hacer con él”. 


La tarde del 30 de agosto, llovía, desde la clínica Katiuska veía por los ventanales el cielo gris. En el pasillo de la clínica se escuchaban susurros de varios familiares que rezaban: “Padre nuestro que estás en el cielo…” "Dios te salve Maria.."


Cuando terminaba la tarde Chuchin murió.


Katiuska, con lágrimas en los ojos y su hijo muerto entre sus brazos, juró que buscaría al asesino de Chuchin y se aseguraría de que recibiera una condena. 


60 días después, es detenido un joven de 18 años por haber asesinado a 3 personas. En el juicio él confiesa haber disparado con un revólver nueve milímetros a un niño que se encontraba en la calle jugando con sus amigos hace un par de meses. 


Él declaró ante el juez que ya no podía con ese cargo en su conciencia y confesó que fue mandado desde la cárcel para matar a la tía del niño.

“Esa bala no era para el niño. Esa bala iba para la tía” repitió muchas veces con lágrimas en los ojos aquel joven.
El juez lo sentenció a 20 años de prisión, pero salió bajo fianza mucho antes de cumplir su condena.                            
                  
El joven, apodado por sus amigos como "niño lindo", no era así porque si... Cuando era niño, observaba con sus hermanas como su padre abusaba de su mamá, presenció también la detención de su padre y su condena por 5 años en la cárcel luego de que asesinó a un hombre por "ajuste de cuentas".  Los vecinos dicen que el joven "siguió los mismos pasos de su padre, fue lo que aprendió." 

*Los nombres aplicados son ficticios para proteger las identidades de las fuentes.    
                             

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